MOVIMIENTO
DE LA DEFENSA SOCIAL
(Representada por Gramática, M. Ancel, etc.) Guarda ciertas semejanzas
con las Escuelas anteriormente citadas.
Tampoco aporta una teoría nueva al estudio de la criminalidad, ni es una
escuela sociológica en sentido
estricto, sino más bien se
considera como una filosofía penal, una
política criminal de Estado.
La idea de la defensa
social es más
antigua, pues surgió
en la Ilustración
y fue formulada, posteriormente, por Prins. Lo
específico de esta Escuela
(movimiento, según M. Ancel) es el
modo de articular
dicha defensa de
la sociedad, mediante
la oportuna acción coordinada del Derecho Penal, de la Criminología y de
la Ciencia Penitenciaria, sobre
bases científicas y
humanitarias, al propio
tiempo, y la
nueva imagen del
hombre delincuente, realista pero digna, de la que parte. Según M.
Ancel, la meta codiciada no debe
ser el castigo del
delincuente, sino la protección
eficaz de la sociedad
a través de estrategias no
necesariamente penales, que
partan del conocimiento
científico de la personalidad de aquél y sean capaces de neutralizar su eventual peligrosidad de modo
humanitario e individualizado. El
propósito de “desjuridizar” parcelas
del Derecho Penal en aras de una
eficaz Política Criminal significa negar a aquél el monopolio de la lucha y
prevención del delito, cometidos que debe compartir con otras disciplinas: no
el cuestionar por completo
su competencia, como
hicieran los positivistas
cuando promulgaban la
sustitución de la
pena por la
medida, y del
Derecho Penal por la
Sociología, la Antropología,
etc. La nueva
Defensa social potencia,
por otro lado,
la finalidad resocializadora del
castigo, compatible con
la protectora de
la sociedad, precisamente porque
profesa una imagen
del delincuente, del
hombre-delincuente, miembro de la sociedad y llamado a incorporarse a
ella de nuevo, que obliga a respetar su
identidad y dignidad.
Imagen bien distinta
a la del
pecador (de los
clásicos), de la fiera
peligrosa (de los
positivistas), del minusválido (de
los correccionalistas) o de la víctima de las circunstancias que ha
tenido que vivir dentro del núcleo social (del marxismo).-
Por último, mayor interés tiene el pensamiento de Tarde, que pudiera
calificarse de psíco-sociológico, quien
se anticipó a
algunos postulados de
la Sociología norteamericana
(concretamente a la teoría del aprendizaje de Sutherland y a las teorías Sub-culturales y conflictuales) desde
una postura de
abierto enfrentamiento al positivismo.
Tarde (1843 1904)
era jurista, francés
y director de
Estadística Criminal del Ministerio de
Justicia, servicio ciertamente
pionero en Europa. Se
opuso a las
tesis antropológicas de Lombroso
y al determinismo
social, propugnando una
teoría de la criminalidad en la que exhiben particular
relevancia los factores sociales; factores físicos y biológicos pueden tener alguna
incidencia en la génesis del comportamiento delictivo, pero nunca
la decisiva que
tiene el entorno
o medio social. Criticó,
por ello, la
tesis Lombrosiana del delincuente nato, como individuo atávico y
degenerado, invocando las investigaciones
de Marro, semejantes
a las de
Goring, que desvirtuaban
aquella concepción
antropológica. Pero evitó,
al propio tiempo,
el determinismo social positivista, al
conceder relevancia y
significación a la
decisión del hombre. De
hecho, prefirió sustituir la tesis positivista de la responsabilidad
social por una nueva teoría que fundamentaría
el reproche si
concurrían en el
individuo dos presupuestos:
“Su identidad” o “concepto
de sí mismo” y la
“semejanza” o “identidad
social” del mismo como su medio. La explicación sociológica
de Tarde tiene
una peculiar matización psicológica, que la
hace precursora de la teoría
del aprendizaje de
Stherland. Para Tarde,
el delincuente es un tipo profesional, que necesita un largo período de
aprendizaje, como los médicos, abogados
u otros profesionales, en
un particular medio:
el criminal, y particulares técnicas de
intercomunicación y convivencia
con sus camaradas,
también. La célebre
frase que se
atribuye a Tarde
(“Todo el mundo
es culpable excepto
el criminal”) refleja no sólo la crítica del positivismo antropológico,
sino la convicción de que la sociedad misma, al propagar
sus ideas y
valores, influye más eficazmente
en el comportamiento delictivo
que el clima,
la herencia, la
enfermedad corporal o la epilepsia.
Muy significativas son al
respecto las “leyes de
la imitación”, de Tarde. Para el
autor, el delito, como
cualquier otro comportamiento social,
comienza siendo “moda”, deviniendo,
después en hábitos o costumbres sociales; y, como en cualquier otro fenómeno
social, el mimetismo –la imitación-
juega un papel
decisivo. El delincuente
es, consciente o inconscientemente de lo que hace, es en sí
un imitador de aquellos que lo rodean.-
Pero el pensamiento
de tarde, además,
contiene ya el
germen de posteriores concepciones sub-culturales, cuando
contrapone el delincuente
urbano y el
rural y analiza la génesis de la criminalidad de la mano del progreso tecnológico
y la moderna civilización: no en
vano atribuye el
incremento de aquélla
a la quiebra
de la moral tradicional; al
desarrollo de un
deseo de prosperidad
en la clase media
y baja que determina una gran movilidad geográfica
con el correlativo debilitamiento de los valores familiares; al éxodo del campo
a la ciudad; a la formación de subcultura desviadas como consecuencia del
cambio social; y, por último, a la pérdida de seguridad en sí mismas, que experimentarían las
clases sociales dominantes,
incapaces de seguir
sirviendo de guía y modelo. En
otro orden de problemas, Tarde, consciente del efecto preventivo de la pena,
se mostró partidario
de la pena
capital; y, precisamente
por entender imprescindible en
cualquier programa científico
de lucha contra
el crimen una
sólida base psicológica, se opuso al sistema del jurado, mostrándose
partidario de una justicia profesionalizada y técnica.
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