martes, 17 de marzo de 2009

JUSTICIA

JUSTICIA

La periodista Dina Fernández, hace un análisis sobre la Justicia selectiva en nuestro país. Toma como marco referencial la captura de los Agentes de Policía, a quienes se les atribuye la detención y posterior desaparición forzosa de García, quien en vida estudiantil universitaria fuera el esposo de la señora, que en la actualidad es Diputada al Congreso de la República de Guatemala, de nombre Nineth Montenegro.
Dice la periodista, (En el periódico, de fecha marzo 11 del 2009, en la Pág. 16) “Si yo me estremecí al escuchar la noticia en la radio, me imagino la sorpresa que se llevó la diputada Nineth Montenegro la semana pasada. Después de 30 años de reclamar justicia por su esposo, el sindicalista Fernando García, desaparecido en 1984”. La Policía Nacional Civil, en días recientes a la fecha en que publicó su opinión en el diario, había capturado inesperadamente a los hombres acusados de ese crimen.
Hace tiempo, cuando Guatemala estaba por firmar la paz y la periodista era una niña, recién graduada de la universidad, una noticia así, dice ella: “me hubiera hecho llorar”. Hoy, es de suponerse que ya no. Sigue diciendo: “la verdad es que me alegré por la legisladora y su familia, sobre todo por su hija. No importa cuántos años han pasado: un crimen de estos es imprescriptible y las víctimas merecen reparación”.

Realizada la anterior salvedad, es de hacer notar que la foto de los acusados en primera plana (en los medios de comunicación escrita) también deja un saber amargo a cualquiera. Se duda que el arresto de los acusados y el posterior enjuiciamiento ante juez competente se llegue a convertir en un parteaguas en la historia jurídica de nuestro país. Lejos de ello, se teme que se pondrá en evidencia la forma titubeante, ambigua e hipócrita con que los guatemaltecos hemos enfrentado el conflicto armado y el resarcimiento histórico de la guerra de más de 35 años.

Me explico. Hay dos maneras en las que un país puede “procesar” una guerra civil. La “clásica”, donde al cesar las balas “se pasa la página” y se impone un nuevo acuerdo político, usualmente acompañado del punto de vista de los vencedores (al menos en un primer momento). Es el caso, por ejemplo, de la Guerra de Secesión en Estados Unidos o el de la guerra Civil española. La otra forma, de reciente cuño, propone “enfrentar el pasado” de forma inmediata, usualmente con la ayuda de una “comisión de la verdad” encargada de documentar los abusos cometidos durante el conflicto y el régimen que le antecedió. La premisa de este modelo es que una sociedad debe conocer y asumir los errores de su propia historia para no cometerlos de nuevo.
La experiencia más seria y exitosa de este tipo de proceso es la que se dio en Sudáfrica al desmoronarse el régimen de Apartheid. En Latinoamérica también se hizo al término de la Guerra Fría con resultados desiguales en Chile, Argentina, El Salvador y Guatemala.
La idea motora de las “comisiones de la verdad” –la necesidad de conocer la historia- es irrebatible. Afirma Dina Fernández que la defendió en su momento y lo volvería a hacer, con una reserva importante: el éxito o el fracaso de este enfoque depende de la seriedad, el compromiso y el espíritu con las que se diseñe y ejecute.
En Sudáfrica, por ejemplo, el proceso tuvo varias dimensiones –humanitarias, histórica, jurídica y política- y se utilizó para impulsar una auténtica transformación del país.
En Guatemala, en cambio, el esfuerzo se emprendió con un marco legal ambiguo, en un clima de mutua desconfianza donde llovían las acusaciones de revanchismo y parcialidad, sin la convicción política de los principales actores del conflicto.
En ocasiones me he preguntado (dice la señora Fernández): ¿Si dadas estas circunstancias no hubiera sido más sabio seguir la filosofía de “pasar la página”? La duda volvió a saltarle a la periodista, cuando se conocieron las primeras informaciones respecto al caso de los policías acusados de secuestrar a García.
Quizá realmente fueron ellos quienes lo desaparecieron y quizá cometieron otros crímenes en nombre del Estado. Pero incluso si así fue, resulta inevitable preguntarse quiénes les dieron la orden, quiénes a su vez actuaban de la mano de la jerarquía militar y qué intereses nacionales y extranjeros estaban en juego.
Es muy probable que esas preguntas queden en el limbo porque aquí abundan los esqueletos en los armarios y está visto que nadie quiere llegar a sacudir (a los autores) principales por temor a que luego le abran el propio. Por esa razón duda que este juicio se resuelva, como solíamos decir, “paradigmático”. Antes bien, creo que corre el riesgo de convertirse en un Show del que muchos intentarán sacar réditos.

En ese contexto –el nuestro, no uno hipotético e ideal- la polémica entre “enfrentar el pasado” o “pasar la página” acaba siendo engañosa. Todos los países que han sufrido guerras civiles discuten por décadas, sino siglos, su interpretación correcta.
La diferencia es que algunos los superan y otros no. La revisión inmediata del pasado no es una condición sine qua non para vivir en paz. La condición sine qua non es tener las ganas y la capacidad de llegar a acuerdos políticos que se traduzcan en cambios reales. Esa es la verdadera disyuntiva. Y es lo que nos falta en Guatemala, empezando por la voluntad de renunciar a la impunidad.-
Post scriptum: Están invitados a visitar www.dinafernandez.com espacio el la Web que contiene los documentos de Dina Fernández.

En Sudáfrica sucedió algo muy especial con respecto al otorgamiento de la Admistía por crímenes de lesa humanidad. A todos aquellos que habían participado en el conflicto armado interno, se les dio la oportunidad de que confesaran sus actos criminales, o su participación y grado de ésta en el conflicto armado. Con lujo de detalles fueron presentados los testimonios. Grabaron las conversaciones y se publicaron a todos los ciudadanos todo lo que decían aquellos a quienes se les señalaba de criminales. Para los familiares de las víctimas esta fue la forma como llegaron a saber que les sucedió a sus parientes. Se enteraron de la forma como llegaron a padecer las atrocidades de la guerra. La confesión, con detalles de cómo sucedieron los hechos, recopiló la historia del conflicto armado. Se supo todo, se enteró toda la población quien daba las órdenes superiores, quienes pedían como debía ejecutarse a la población, y demás detalles. El recuperar la memoria histórica era vital para los países del sur del continente africano, pues con ello se aseguraban que no se repitiera los acontecimientos de la historia. Pero luego se liberaba a los verdugos de la guerra. Estos se veían obligados a vivir en la clandestinidad, fuera de su territorio, porque en cualquier momento podrían ser victimas de las venganzas de aquellos que no aceptaban perdonarlos por lo que le habían hecho a sus familiares o paisanos.
Dina Fernández no deja de tener razón cuando afirma que, “aquí en Guatemala, aún abundan los esqueletos en los armarios y está visto que nadie quiere llegar a sacudir los principales por temor a que luego le abran el propio”.
Durante el conflicto armado interno en Guatemala, se estaba viviendo una guerra fría, en la cual, las potencias proporcionaban las armas y los pueblos en vías de desarrollo ponían los cadáveres. Y fueron muchos los que se vieron involucrados en la guerra, que duró más de 35 años. Ahora bien. Si los Agentes de la Policía que hoy enfrentan el proceso por la desaparición formaza de García, fueron condecorados por sus autoridades superiores, en aquella época, por la labor prestada a la patria. ¿por qué hoy se les está persiguiendo como criminales de guerra? Es decir, en aquella oportunidad fueron héroes para la historia y para los tiempos de hoy, resulta que son los verdugos del sistema represivo que imperaba.

Hay mucho aún por aprender al respecto de éste tema y será este caso el primero en la historia de Guatemala, en el que físicamente hay alguien a quien se le pueda señalar de haber participado en la desaparición de una persona. Se espera que se llegue a establecer qué pasó con el cadáver de García, ya que al momento se sabe que los Agentes fueron los que lo capturaron y lo llevaron al cuarto cuerpo de la Policía Nacional. En aquella época se encontraba instalada al final de la Calle San Juan, a la altura de la Florida, zona diecinueve de la ciudad capital. Pero a alguien tuvieron que habérselo entregado, quien dispuso de su privación de libertad. De seguro García en ningún momento fue consignado a Juez competente para que se esclareciera su situación jurídica. Supuestamente dicha persona se encontraba en horas de la mañana a la altura del mercado del Guarda, acompañado de otra persona repartiendo volantes a los transeúntes del lugar, que era calificada de propaganda subversiva. Recuerdo los comentarios de conocidos de la época, que me informaban que en varias oportunidades apreciaron la captura de jóvenes a la altura del Portal de Comercio de la zona uno de la ciudad, a quienes las autoridades habían sorprendido repartiendo volantes con consignas subversivos. Era muy frecuente que los capturados fueran jóvenes estudiantes del diversificado, a quienes utilizaba la alta dirigencia subversiva para divulgar sus actividades ejecutadas contra el gobierno o bien, denunciaban aquellas acciones de éste contra la población civil.
Un profesional universitario, compañero de estudios universitarios, me confió su mayor experiencia tenida en su vida, me decía que cuando le tocó vivir en cautiverio, por azares del destino, pudo escuchar los redoblantes de cuatro quince de septiembre, lo que lo hace recordar que en esos días se celebra el día de la patria. Supone que se encontraba recluido en uno de los sótanos del Palacio de la Cultura, o bien de la dirección General de la Policía Nacional, ambos edificios del centro histórico de la Ciudad de Guatemala. Recuerda haber tenido contacto con personas que eran llevadas constantemente por sus captores, todos ingresaban muy eufóricas, quería saber que les pasaría, que cuando serían consignados a los tribunales de justicia. Recuerda mi interlocutor que preguntaban a todos si tenían idea de cómo serían tratados por ser señalados de pertenecer al movimiento insurgente estudiantil de aquel momento. Apreció que poco a poco el panorama de dichas personas les fue cambiando, a tal punto que, conforme los días fueron pasando, llegaron al punto que dichas personas, lo único que deseaban era que le pusieran fin a su sufrimiento. Prácticamente era la muerte lo único que les deparaba el destino. Pero ésta nunca llegaba. Cuando ya estaban en condiciones deplorables, siempre se buscaba recuperarlos, por aquellos profesionales de la medicina que los atendían, para luego iniciar nuevamente la aplicación del suplicio. Cuando ya se apreciaba que el individuo se encontraba en los últimos instantes de su existencia, era cuando se le transportado dentro de un medio tonel, como un despojo humano, depositada sobre una carreta de manos. Ya llegada la hora de su muerte, el verdugo se le acercaba agitando un galón con gasolina medio lleno y le preguntaba si estaba listo para partir. “¿Ya estás listo?” Preguntaba el verdugo, y aquél individuo, que cuando lo llevaron se venía lleno de juventud y de euforia, que ya en este momento era solo un despojo humano respondía con una mueca de su cabeza que aún no. El guerrillero se resistía a aceptar su destino y pedía, con palabras entrecortadas unos último instantes más de vida: “un momentito más jefe”. El verdugo aceptaba la súplica y se retiraba por unos instante, para que disfrutara de aquellos últimos momentos de existencia. Mas tarde de nuevo se le acercaba y de nuevo preguntaba: “¡Ya! ¿listo?- “un tantito más jefe” Ya en una tercera oportunidad se acercó el verdugo y le dijo: ¡Hoy sí!, ¿ya debes estar listo para partir, no?” Agitando el galón de gasolina en la mano, mostrando con ello su impaciencia por concluir aquélla ejecución. A lo que respondía la víctima: “Solo un momento más jefe, aún no estoy preparado para partir”. El individuo se aferraba a la vida de una manera increíble. No quería aún que le llegara la muerte. Aún con todos los huesos destrozados por tanta tortura aplicada. El verdugo le otorgaba nuevamente un instante más, para que así se preparara mentalmente para que le diera la bienvenida a su nueva vida espiritual. “¡Cuando usted quiera jefe!”, “Ya jefe, creo que ya estoy listo”, eran sus últimas palabras. El verdugo tomaba y conducía la carreta donde lo transportaba a un apartado al fondo del recinto. Se veía por última vez al estudiante guerrillero, que más que persona, era un despojo humano, y lo conducía fuera de la vista de los que observaban esos últimos instantes de la vida de aquella persona. Todos veían la partida del jovencito que ingresó con ropa deportiva muy elegante, color blanca, con tenis de marca y pantalón de alta costura que distribuyen los almacenes de primera de la ciudad. Pero que hoy es solo un montón de huesos rotos y pedazos de ropa ensangrentada. Un último grito agudo se escucho proveniente del fondo del sótano. Y luego se inundó todo el sector con el humo producido al quemarlo vivo, rociado de gasolina.

Quien me contó el relato aún vive y aún padece de las secuelas de aquella experiencia amarga. Apreció que cuando se trataba de un alto dirigente guerrillero a quien le quitaban la vida, los verdugos hacían una colecta entre sí, “¡Un ajuste MUCHA!” Se decían, hay que comprarle la caja. Se respetaba el grado militar de los insurgentes capturados.

¿Sería la historia de García, en sus últimos momentos? Se tendrá que aceptar que, la aplicación de la tortura fue la constante en casos de capturados por las autoridades de aquella época, a quienes se les involucraba con la insurgencia.
Pero nadie dice nada al respecto, porque tendría que establecerse primero en donde estuvo recluído el señor García, lo cual a mi criterio, hay mucho por contar y pocos son los que están dispuestos a divulgar su grado de participación en aquellos actos no deseados actualmente.-

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