viernes, 6 de marzo de 2009

ENSAÑAMIENTO

NIÑOS QUE MATAN


Los medios de comunicación se han dado a la tarea de informar últimamente a la ciudadanía sobre el Asesinato de un Maestro de Educación Primaria, en un Centro de Atención de menores en conflicto con la ley penal, la cual ha escandalizado tanto a propios como a extraños. A criterio de muchos, éste delito ha tenido un gran impacto dentro de la sociedad guatemalteca.

No es para más. Que los niños lleguen a cometer el asesinato de su propio maestro, la noticia es para que le pare el pelo a cualquiera. Se supone que son niños y los mismos están formándose para el futuro de nuestra nación. Y que le quiten la vida a su maestro es escalofriante.
Silvia Gereda Valenzuela, columnista del matutino El Periódico, en publicación del 5 de marzo 2009, página 17, hace una reflexión al respecto. Es muy interesante sus comentarios que bien pueden ser analizados en la cátedra de Criminología. Y por ello es que hoy comparto el mismo en este espacio de la Web, para consulta de todos aquellos que han seguido el estudio dentro del blog.
Es por ello que procedo a transcribir sus comentario en forma literalmente.

“La escena no puede ser más que dantesca” así inicia su comentario Sylvia Gereda. “Es una de esas imágenes que uno, como periodista, jamás quisiera reproducir en su medio. Porque duelen, irritan y causan desesperanza. Sin embargo, son verdades que no pueden ser escondidas bajo las piedras. El martes 3 de marzo 2009, el catedrático Jorge Emilio Winter Vidaurre de 35 años fue asesinado en el correccional para menores Etapa Dos, ubicado en San José Pinula. Según el relato del periodista Ángel Sas, cerca de cien menores internos en este centro arrancaron el corazón del maestro, le destrozaron el cráneo, le abrieron el pecho y luego le extrajeron otras vísceras. Después de matarlo bailaron como una forma de burlarse de la Policía que los observaba desde la distancia sin actuar y que intervino tirando bombas lacrimógenas hasta que el hecho estaba consumado. Los disturbios iniciaron en la mañana, como medida de presión para que las autoridades accedieran a sus demandas en las que pedían la visita conyugal diaria y el regreso de dos de sus compañeros que habían sido trasladados a otro correccional. Además, los chicos pedían que les devolvieran sus televisores y reproductores de películas que les habían sido incautados.
Como medida de presión tomaron como rehenes y encerraron en un aula a cinco personas: dos guardias, dos catedráticos y la cocinera. Cuatro de ellos fueron liberados. Cuando los menores de edad, que aún son niños actúan con una saña que supera los límites de la ficción y muestran un desprecio absoluto frente a la vida, es una clara señal que la sociedad se ha corrompido al máximo.
La mayoría de los internos en este centro de supuesta rehabilitación, han pertenecido a maras y no hace falta ser un experto para darse cuenta de que su paso por estos reformatorios, lejos de integrarlos a la vida social los está convirtiendo en seres más salvajes; ese tipo de especies que cuando se unen a su jauría se vuelven más peligrosos. Es un hecho que el Sistema Penitenciario está colapsado, que las familias están fallando, pero también que la ausencia de principios y valores nos ha llevado a vivir en una época donde se presencian los crímenes más atroces que uno pueda imaginar. Los niños están matando porque sus valores han sido anulados. Lo hacen por rencor, venganza y miedo, porque entre sus códigos de aprendizaje no ha sido incluido el diálogo. Y han visto una sociedad donde los problemas se resuelven con la muerte.
Y en este asunto todos tienen la culpa. Los padres que no controlan a sus hijos, que los abandonan y colapsan en su misión de formarlos en principios y valores, los profesores que no los dotan de insumos adecuados para formar su humanidad, la televisión que los ha hecho creer que matar es legítimo pues tras las pantallas caen cientos día a día, la Policía que los tolera; el gobierno que los excluye al no tomarlos en cuenta y que ha creado leyes que impiden que tengan un castigo acorde a sus delitos pero que también se ha olvidado de crear instituciones donde estos jóvenes se puedan reformar; la sociedad, que hace mucho dejó de ser la de antes y donde cada uno no ve más allá de la punta de su nariz y de sus intereses. En fín, todos tienen la culpa pero a la vez nadie asume las consecuencias ni tienen la menor idea de qué hacer con este gran problema.
Aunque es un hecho que los niños asesinos son la excepción de la excepción, estos casos no deben ser pasados por alto.
Abandono, pobreza y carencias emocionales son ingredientes comunes de muchas de estas tragedias. En la biografía de muchos niños asesinos hay una historia de malos tratos, y algunos psicólogos han visto, en el ensañamiento con que matan, el deseo inconsciente de destruir esa imagen de vulnerabilidad que les recuerda su propia condición de víctimas. Si un niño tiene un temperamento proclive a la violencia y nadie le pone límites desde muy pequeño, las posibilidades de que la educación puede llegar a modular su comportamiento son cada vez menores. Pequeñas transgresiones que no se han controlado a los tres años pueden dar lugar a una conducta incorregible a los diez. “La mayoría de los niños pequeños pega para conseguir algo, pero la mayoría de ellos aprende que la agresión física no es una conducta tolerable. Empiezan a aprenderlo en la guardería y cada vez pegan menos, hasta que dejan de hacerlo”, apunta el experto psicólogo español Antonio Andrés Pueyo.
Por la razón que sea, en los niños violentos estos elementos de control social no han funcionado. Son niños que pueden llegar a la adolescencia sin haber tenido un buen desarrollo moral, sin haber aprendido a diferenciar lo que está bien de lo que está mal, y a decidir, en caso de conflicto, el mal menor.
Estos hechos trágicos nos deben servir para hacer un alto y poner muchísima atención en cómo se están formando las generaciones del futuro.

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