miércoles, 10 de febrero de 2010

PREDISPOSICIONES AGRESIVAS

LAS PREDISPOSICIONES AGRESIVAS

CONCEPTOS FUNDAMENTALES:
La reflexión de los autores de la obra, hacen referencia que el estudio de las predisposiciones agresivas que pueden favorecer el comportamiento delictivo incluye un amplio conjunto de investigaciones muy heterogéneas tales como el análisis de los rasgos físicos de los delincuentes, estudios de la delincuencia en determinadas familias, en muestras de hermanos gemelos y de hijos adoptivos, estudios genéticos, el análisis de la influencia de la alimentación sobre el comportamiento, o los modernos estudios de sociobiología sobre los fundamentos biológicos de la agresividad. Todas estas investigaciones comparten una serie de elementos comunes:

1. En su base se hallan los presupuestos de la teoría de la evolución de Darwin, algunos de cuyos postulados principales son los siguientes:
. Todas las especies animales, incluida la especie humana, han evolucionado unas de otras, como resultado del proceso de adaptación.
. El comportamiento animal, al igual que otras características orgánicas –como las estructuras ósea y muscular, el sistema hormonal o el cerebro- también ha ido evolucionando desde formas más simples hacia formas más complejas. El comportamiento emocional, que incluye entre otras manifestaciones la agresividad, no sería una excepción en este proceso evolutivo.
. Todo comportamiento cumple, por tanto, una función adaptativa, en la medida en que mejora la relación de cada individuo y de la especie en su conjunto con el entorno.

¿Podría ser contrario al proceso adaptativo que regula la evolución un comportamiento, como el agresivo, que es tan frecuente en todas las especies animales?
La respuesta es no, ya que el proceso evolutivo de todas las especies ha ido seleccionando aquellas características, tanto orgánicas como de comportamiento, que eran más adaptativas al medio ambiente, y las manifestaciones agresivas no pueden constituir una excepción.

2. Se ha encontrado relación entre algunos factores biológicos y la mayor o menor tendencia a la agresividad que tienen las personas. El rasgo agresividad no implica necesariamente que se cometan delitos, pero sí la constatación de que unas personas son más propensas que otras a conducirse violentamente.

3. Estas tendencias o propensiones que muestran los seres humanos hacia la agresividad interaccionan con el ambiente social en el que viven y, como resultado de esta interacción, puede producirse o no la conducta agresiva o delictiva. En otras palabras, de acuerdo con la investigación biológica actual, no existe una delincuencia ni genética ni biológicamente determinada. Se heredan ciertas tendencias agresivas que, dependiendo de la concreta interacción entre individuos que se produzca en un ambiente determinado, pueden manifestarse en forma de comportamiento de agresión.


4. No todas las perspectivas biológicas de la delincuencia dan lugar en la actualidad a intervenciones aplicadas. Las dificultades para su utilización aplicada son debidas a dos razones principales: una de carácter práctico y otra de carácter ético. En el orden práctico, no cabe plantearse actuaciones que no son técnicamente posibles. Por ejemplo, no se puede mejorar genéticamente el comportamiento humano, ya que los conocimientos biológicos al respecto son todavía muy modestos. Pero además, aunque fuera técnicamente posible modular el comportamiento a partir de su manipulación genética, el hacerlo probablemente sería inaceptable desde un punto de vista ético.

Ahora bien, lo anterior no quiere decir que ningún conocimiento de carácter biológico tenga aplicación para la Criminología. Algunos conocimientos podrían traducirse en aplicaciones interesantes. Por ejemplo, si la investigación nos permitiera concluir que ciertas dietas alimenticias favorecen las tendencias agresivas, las personas podrían evitar tales dietas, sin que ello implique, en principio, especiales problemas éticos. De la misma manera, puesto que sabemos que algunos individuos tienen mayor propensión a la violencia que otros, una detección precoz podría permitir una prevención más eficaz mediante una educación más intensiva. Que alguien muestre una mayor tendencia a la agresividad no quiere decir que no se pueda intervenir desde el punto de vista social y educativo.

ANTECEDENTES
Durante décadas lo biológico ha sido denostado en Criminología. Se llegó a equiparar el estudio de los factores biológicos con el determinismo causal de la conducta delictiva. Cualquier referencia, al hablar de delincuencia, a los componentes biológicos del ser humano fue con frecuencia peyorativamente calificada como lombrosiana e inadmisible. Una de las principales objeciones contra las perspectivas biológicas en Criminología tuvo que ver con la controversia acerca de la aplicabilidad práctica de sus resultados (Akers, 1997). Según las postras anfibiológicas más radicales, si los factores etiológicos de la delincuencia fueran de carácter genético o innato sólo sería posible o modificar tales predisposiciones mediante procedimientos farmacológicos o quirúrgicos o, alternativamente, mediante el aislamiento de los delincuentes durante largos períodos de tiempo.

Sin embargo, en la actualidad una perspectiva simplista, que niegue lo biológico, es a todas luces inaceptable en Criminología, lo mismo que lo sería en otras ciencias sociales como la psicología, la sociología o la pedagogía. El comportamiento humano, pro-social o delictivo, no se halla fatalmente determinado por el substrato biológico de las personas, pero la biología que les es inherente no puede ser frontalmente rechazada como si en verdad no existiera. Por el contrario, en Criminología son imprescindibles los conocimientos actuales sobre psicofisiología humana. Especialmente necesaria resulta la investigación sobre el funcionamiento del sistema nervioso, que media en todos y cada uno de los procesos de la conducta, de las emociones, de las cogniciones y de los aprendizajes de las personas.
Wilson (1980) y Wilson y Herrnstein (1985) han puesto de relieve la íntima vinculación existente entre las dimensiones biológica, social y conductual de los seres humanos. Estos últimos autores (Wilson y Herrnstein, 1985: 103) han concluido que “la delincuencia no puede ser comprendida sin tomar en consideración las predisposiciones individuales y sus raíces biológicas.” Ray Jeffrey (1993), criminólogo norteamericano destacado en la aproximación biológica, ha señalado que se halla abocado al fracaso cualquier enfoque criminológico que prescinda del hecho de que todo lo que hacemos, decimos, sentimos y pensamos transcurre ineludiblemente por nuestro derecho.

Informan los autores del libro que, en un reciente libro de gran éxito editorial (Inteligencia emocional), Goleman (1997) ha recogido la investigación desarrollada por Le Doux sobre el papel prominente que juegan en nuestro sistema de respuesta rápida y emocional, partes del cerebro como la amígdala. Hasta hace poco se pensaba que todos los estímulos que percibimos (en el cerebro) eran enviados al neocórtex, la parte más genuinamente humana de nuestro cerebro, desde donde, tras su procesamiento y elaboración, era ordenada una respuesta a otras partes más primitivas del cerebro y, finalmente, a los músculos para la acción. A partir de la investigación de Le Doux y de otros muchos investigadores se sabe que las cosas no funcionan exactamente así. Los estímulos ambientales que percibimos son recibidos en el tálamo, en el centro del cerebro, que efectivamente los enviará al neocórtex. Sin embargo, el tálamo mantiene también conexión directa con la amígdala, que funcionaría como una especie de centinela emocional (Goleman, 1997) capaz de producir respuestas más rápidas, aunque también menos elaboradas, a situaciones comprometidas. Un gran número de conductas humanas corresponden a situaciones de riesgo, y entre ellas se encuentran también muchos comportamientos delictivos, en los que probablemente operaría la vía directa de la amígdala. Así pues, hoy sabemos que ese pequeño núcleo nervioso de nuestro cerebro llamado amígdala juega un importante papel en nuestras reacciones emocionales inmediatas, y que no todas ellas dependen de la parte (más racional) de nuestro cerebro. ¿Cuántas acciones humanas, que acaban siendo un delito, no habrán seguido este canal primitivo de respuesta?

EL POSITIVISMO CRIMINOLÓGICO Y EL MÉTODO CIENTÍFICO

Césare Lombroso (1835 – 1909), profesor de medicina legal en la Universidad de Turín y prolífico autor interesado en la delincuencia y en temas sociales y políticos, es considerado el padre de la Criminología moderna. Su principal aportación a la Criminología fue su propuesta de aplicar el mismo método científico o positivo de las ciencias naturales (como la Física, la Botánica, la Medicina o la biología) al estudio de la criminalidad, propuesta realizada ya en la primera edición de su obra principal, L’uomo delincuente (El hombre delincuente), publicada en 1876. La recomendación de trasladar el método de las ciencias naturales a otras disciplinas no era nueva. (En 1842 Augusto Comte había planteado en su conocida obra Tours de Philosophie Positive (Curso de filosofía Positiva) la necesidad de aplicar el método positivo en la sociología. Comte proponía estudiar el comportamiento humano y la sociedad mediante la observancia, la comparación y la experimentación, al igual que se hacía en las ciencias naturales (Glick, 1995), Mientras que en 1865, el fisiólogo Claude Bernard había argumentado en su obra Introducción a la medicina experimental, la necesidad de fundamentar la medicina en la experimentación y en el determinismo científico. De igual manera, para Lombroso la observación y la medición debían constituir las estrategias habituales del conocimiento criminológico, más allá de la racionalidad y de la especulación características del mundo jurídico.

Pese a que las propuestas de Lombroso sobre el supuesto atavismo biológico de los delincuentes (a las que nos referiremos a continuación), fueron muy pronto desechadas, este autor adquirió gran prestigio y fama en la Criminología de finales del siglo XIX y principios del XX: talvez esto fue debido a su capacidad para abrir un debate científico en términos específicos (no abstractos), algo que hasta entonces había sido desconocido en Criminología. Este debate permitió tanto a sus seguidores como a sus detractores interesarse en la investigación de hipótesis concretas, surgiendo de este modo nuevos modelos explicativos a partir de la investigación de la realidad empírica. La metodología positivista iniciada por Lombroso permitió muy pronto revisar y descartar la mayor parte de sus iniciales postulados biológicos sobre la delincuencia, a la vez que esta misma metodología dio paso al interés paulatino por el estudio científico de los factores sociales (Conkin, 1995).

En Criminología existen tres paradigmas principales: el paradigma que interpreta la conducta delictiva como elección racional, encarnada por la escuela clásica y por las modernas teorías de la elección racional, el paradigma del conflicto, que dirige su atención al análisis de los sistemas de control, y el estudio científico de los diversos factores que influyen en la conducta delictiva (ya sean psicobiológicos, sociales o ambientales). Esta última perspectiva y la metodología criminológica científica que le sirve de base constituyen la herencia básica del positivismo, iniciado por Lombroso a finales del siglo XIX. La mayoría de las investigaciones y de las teorías criminológicas contemporáneas son fundamentalmente positivistas en su metodología (Vold y Bernard, 1986).

LA TEORÍA LOMBROSIANA DEL ATAVISMO BIOLÓGICO
Basándose en el método positivo, Lombroso estableció las primeras teorías sobre la persona que delinque. En su libro más conocido, “El hombre delincuente”, publicado por primera vez en 1876 y del que se hicieron sucesivas ediciones revisadas, Lombroso presentó su visión del criminal nato y atávico, que sería el resultado de un desarrollo evolutivo incompleto. La idea del atavismo degenerativo tomó su base de los estudios sobre la evolución de Charles Darwin, quien, en su obra: “El origen de las especies” (1859) había ofrecido diversos ejemplos de especies que degeneran a fases previas de su desarrollo evolutivo. Lombroso creyó descubrir ciertas especificidades anatómicas que caracterizarían a los delincuentes natos y atávicos, como frente huidiza y baja, gran desarrollo de las arcadas supraciliares, asimetrías craneales, altura anormal del cráneo, gran desarrollo de los pómulos, orejas en asa, gran pilosidad y braza superior a la estatura (Lombroso, 19 ‘’; Rodríguez Manzanera, 1996; Vold y Bernard, 1986).

A partir de estos descubrimientos Lombroso rechazó abiertamente los planteamientos racionalistas de la escuela clásica, lo que produjo en aquellas décadas un vaivén de agrias polémicas científicas entre positivistas y clasicistas. Si, de acuerdo con Lombroso, existen personas abocadas a delinquir por razón de su propia naturaleza, no tendrá demasiada utilidad la existencia de un código penal que recoja en leyes claras y entendibles los delitos y establezca penas para disuadir a los potenciales delincuentes, ya que éstos presentan una tendencia ingénita hacia la delincuencia.
Sin embargo, las teorías deterministas de Lombroso no encontraron apoyo en los estudios desarrollados por sus discípulos. Sus ideas no se habían basado en una metodología rigurosamente científica. La verdad es que el propio Lombroso se vio forzado a modificar y matizar los enunciados de su primera obra, restando importancia a los factores biológicos en cada nueva edición de su libro, y concediendo mayor peso explicativo a los factores sociales y psicológicos. Entre éstos se refirió a la influencia criminógena del clima, de la lluvia, del precio del grano, de las costumbres sexuales y matrimoniales, de las leyes penales, de las prácticas bancarias, de la estructura del gobierno y de las creencias religiosas y sociales (Vold y Bernard, 1986). A partir de la cuarta edición de su obra principal, Lombroso estructura su clasificación del delincuente nato (Rodríguez Manzanera, 1996); (atavismo), loco moral, epiléptico, loco, ocasional y pasional. Lombroso llegó a afirmar que, dadas unas adecuadas condiciones, algunos delincuentes podrían ser rehabilitados a través de “un ambiente saludable, entrenamiento adecuado, hábitos laborales, la inculcación de sentimientos morales y humanos (…) siempre que (…) no surja en sus caminos una especial tentación” para delinquir (Brandt y Zlotnick, 1988: 108).

Los dos discípulos más conocidos de Lombroso fueron Enrique Ferri y Rafael Garófalo. Enrique Ferri (1856 – 1929) publicó en 1878 (tan sólo dos años después de la primera edición del libro de Lombroso, su obra de Sociología criminal, convirtiéndose en uno de los más destacados defensores de la perspectiva positivista. Ferri atribuyó una mayor importancia en la etiología de la delincuencia a factores sociales, económicos y políticos. Poco después, en 1880, Ferri presentó una de sus aportaciones criminológicas más destacadas, constituida por su clasificación de los delincuentes en las siguientes categorías (Glick, 1995):

1) el delincuente nato o instintivo, que tiene una propensión delictiva heredada;
2) El delincuente loco, mentalmente discapacitado;
3) El delincuente pasional, cuyo delito es el resultado de fuertes reacciones emocionales;
4) El delincuente ocasional o situacional, que constituye la categoría más amplia de infractores, y
5) El delincuente habitual, que ha adquirido sus hábitos delictivos como resultado de la influencia negativa de factores sociales diversos (abandono familiar, carencias educativas, pobreza, malas compañías, etc.).

Para Ferri, la Criminología debía estudiar la delincuencia tanto en su condición de hecho individual como en la de fenómeno social, con el propósito de que el Estado pudiera adoptar medidas prácticas para su control, ya fueran de naturaleza preventiva o represiva.
Por su parte, Rafael Garófalo (1851 – 1934), siendo profesor de derecho penal de la Universidad de Nápoles, publicó en 1885 su obra más conocida, titulada Criminología.

Su tesis principal fue: En el origen de la delincuencia se halla una deficiencia psíquica o moral, de carácter hereditario, que tiene como resultado una falta de desarrollo de sentimientos altruistas y una incapacidad para adaptarse a la vida en la sociedad. A partir de esta concepción, Garófalo creía justo que la sociedad se defendiera de la delincuencia aunque para ello fuese necesario eliminar al individuo.

Con la finalidad de conseguir una sociedad más “sana”. Es decir, eliminar a aquellos miembros de la sociedad que le estaban causando daño y a aquellos otros sujetos peligrosos que podían reproducirse y extender más aún su “Raza” criminal.-
La palabra “raza” en esta época fue utilizada en una forma poca precisa, y con mucha frecuencia está haciendo referencia más bien al concepto de “cultura”.

Garófalo llegó a admitir desde la pena de muerte hasta la reclusión de los delincuentes en colonias remotas (Glick, 1995).
Estas propuestas, por sorprendente que hoy nos parezcan, no eran consideradas como reaccionarias en aquel momento histórico, sino, por el contrario, como propuestas progresistas. Muchos socialistas se posicionaron entonces a favor del control genético de las clases peligrosas y a favor del internamiento de por vida de los delincuentes reincidentes o de la pena de muerte para los homicidas.

Los filósofos habían reflexionado durante siglos sobre el problema del crimen, pero sólo a finales del siglo XIX se aplicaron los principios de la ciencia empírica a este objeto de estudio. Lombroso, de hecho, apenas dejó teorías o hipótesis que salieron airosas tras una adecuada contrastación empírica. Sin embargo podemos considerarlo “padre” de la Criminología precisamente porque sus discípulos, en su afán de verificar en términos científicos las ideas de su maestro (muy diversas, dada la extensión de su obra, la que cuenta con más de 600 publicaciones) desecharon la mayoría de ellas e iniciaron distintas perspectivas de estudio dentro de la tradición positivista: el estudio de los factores socioculturales, el estudio de los factores psicológicos, y el estudio de los factores biológicos y genéticos.

INFERIORIDAD BIOLÓGICA
De las diversas hipótesis sobre la criminalidad planteadas por Lombroso fueron las referidas a la importancia de los factores biológicos (y más concretamente las relativas a las diferencias anatómicas observadas en el cráneo de los delincuentes y su concepción del delincuente nato) las que más popularidad alcanzaron. Sin embargo, con anterioridad (ya desde finales del siglo XVIII hasta la primera mitad del XIX) Franz Joseph Gall, Johann Gaspar Spurzheim, Charles Combe y Carles Caldwell habían investigado en el campo de la Frenología las relaciones existentes entre las distintas regiones del cerebro y la conducta humana (Curran y Renzetti, 1994). También en España, Cubí y Soler habían construido en su obra Sistema completo de Frenología, publicada en 1843, un mapa cerebral en el que localizaba distintos centros nerviosos responsables de diferentes funciones fisiológicas y de comportamiento, entre ellas de la agresividad. En la actualidad ya se ha conformado en papa genético, que permite el estudio de genoma humano.

Diversos autores intentaron investigar las hipótesis de Lombroso sobre un hombre “predestinado” a la delincuencia por su herencia genética. Entre ellos destaca Carles Goring (1870 – 1919), médico de prisiones, quien en su obra The English Convict (Los reclusos ingleses), publicada en 1913, utilizó un método riguroso para verificar las tesis de Lombroso. Con un enfoque estadístico moderno trabajó sobre mediciones anatómicas (del cráneo, de la distancia entre los ojos, etc.) realizadas a unos 3.000 presos ingleses, incluyendo además un grupo de control integrado por sujetos de la misma clase social que los presos estudiados (Vold y Bernard, 1986). De este modo, Goring intentó someter a control empírico las afirmaciones que Lombroso había realizado sobre el hombre delincuente, que relacionaban la fisonomía humana con la delincuencia.

Después de ocho años de estudio, Goring llegó a conclusiones devastadoras para las hipótesis de Lombroso. No existían diferencias físicas destacadas entre delincuentes y no delincuentes. De esta manera, Goring refutó una teoría simplista sobre la biología humana, concluyendo que no podía establecerse una fisonomía típica del delincuente (Conkin, 1995). En una moderna investigación (Bull y Green, 1980) se pedía a un grupo de policías y a otro de ciudadanos no vinculados a la justicia que clasificasen las fotos de diferentes sujetos intentando averiguar qué delitos habían cometido, de entre once tipos diferentes entre los que se incluían incendio, hurto, robo con violencia, violación y uso de drogas. El grupo de ciudadanos y el de policías obtuvieron una alta coincidencia entre sí en la clasificación de las fotos en función de los delitos. Sin embargo, ninguno de los sujetos fotografiados era delincuente, sino que sencillamente se trataba de estudiantes o de amigos de los investigadores. De este modo, lo que realmente se verificó fue la facilidad con que se ponen en marca los estereotipos sociales acerca de los delincuentes: o sea, la imagen que socialmente nos hemos construido de cómo ha de ser un delincuente.

No obstante, Goring sí que halló dos diferencias destacables entre la población reclusa estudiada y los grupos que le servían de comparación: los presos tenían una menos estatura que la población general (lo cual podría explicarse por la diferencia en la alimentación recibida), y también un menor nivel de inteligencia (Brandt y Zlotnick, 1988). Coring concluyó que las causas de la delincuencia estaban en este menor nivel de inteligencia más que en factores biológicos o genéticos.

Con posterioridad, un antropólogo norteamericano, Ernest A. Otón escribió en 1939 un libro titulado Crime and the Man (El delito y el hombre) en el que contradecía las conclusiones de Goring y nuevamente afirmaba la tesis de la inferioridad biológica de los delincuentes. Llevó a cabo una investigación en la que se efectuaron mediciones físicas de más de 17,000 sujetos, entre los que se incluían unos 14,000 delincuentes encarcelados y también estudiantes, pacientes hospitalarios, bomberos y policías (Vold y Bernard, 1986). Su principal resultado fue que los delincuentes eran “orgánicamente inferiores”. Sin embargo, la revisión del estudio de Otón ha evidenciado importantes problemas metodológicos en sus análisis (Akers, 1997). En primer lugar, las diferencias físicas halladas por él entre los grupos de delincuentes y de no delincuentes fueron, en realidad, muy pequeñas. Hasta tal punto que fueron superiores las diferencias físicas existentes dentro del propio grupo de los delincuentes que las observadas entre éstos, como grupo y, los no delincuentes.

Además Hootón incluyó en su muestra no delictiva una gran proporción de policías y bomberos, para cuya selección profesional incluyó un criterio muy importante, que constituyó sus cualidades físicas, que era precisamente la variable evaluada en esta investigación comparativa. Este sesgo metodológico a favor del grupo no delictivo pudo ser el responsable, por encima de cualquier otro factor, de las diferencias físicas encontradas por Hooton entre el grupo de delincuentes y de no delincuentes.

LA REALIDAD
La conexión entre el positivismo criminológico y las políticas criminales de principios del siglo XX.

Muchos positivistas de finales del siglo XIX y principios del XX dejaron un tanto de lado los derechos individuales en su afán de reformar la sociedad y construir un futuro sin pobreza y sin miseria humana. Esta visión de una sociedad ideal, fuera de carácter socialista o fascista, condujo a muchos a una postura de defensa social a ultranza, incluso aunque para ello fuera necesario eliminar a aquellos miembros de la sociedad que pudieran ponerla en peligro. Aquí es donde se aprecia la acción de limpieza social que ha instituido el Estado en algunas naciones latinoamericanas para mermar la acción delictiva generalizada dentro de la sociedad. Es por ello que, nuestra balanza imaginaria entre garantía individual y eficiencia estatal en la persecución criminal, muchas veces llega a mostrar un total des-balance, en la que la eficiencia llega a prevalecer, supuestamente dándole mayor tranquilidad a la comunidad, aparentemente la más honrada socialmente.

Las concepciones positivistas se vieron muy influidas por el gran desarrollo experimentado por las ciencias médicas. A partir del modelo médico, muchos vinieron a considerar la pena como un tratamiento que permite “curar” al delincuente.

Estas ideas, arropadas por una aura de científicidad, dieron lugar a la aparición de conceptos como el de “salud social” que, llegado el caso, podía llegar a justificar la eliminación de los delincuentes.

En España no tuvieron mucha influencia las ideas del derecho penal tutelar y de la defensa social, aunque sí que se promulgó durante la Segunda República una ley que respondía a esta perspectiva: la Ley de vagos y maleantes que estipulaba el ingreso en instituciones correctivas (en la práctica equivalentes a cárceles) de personas que, aun sin haber cometido un delito concreto, eran declaradas peligrosas, o potenciales delincuentes, debido a su estilo de vida marginal (mendicidad, carencia de domicilio conocido, etc.). Esta legislación, después perpetuada durante el franquismo por la Ley de peligrosidad y rehabilitación social, partía de la creencia en la necesidad social de someter a estos sujetos a un proceso de reeducación y cambio de hábitos y valores bajo la suposición de que era lo mejor para ellos.

La creación de los sistemas tutelares de menores en las legislaciones occidentales se produjo sobre la base de las ideas precedentes. Los menores no debían ir a la cárcel, pero sí acudir a centros donde pudieran ser reeducados por especialistas. También surgieron en este contexto ciertas leyes sobre delincuencia sexual con severas medidas dirigidas fundamentalmente al tratamiento. Con este tipo de medidas se comenzó a castigar en base a predicciones de peligrosidad, y esas predicciones debían resultar más decisivas que los hechos delictivos cometidos. Se trataba de evaluar al individuo peligroso a través de informes de expertos y de determinar cuál era el riesgo que presentaba un individuo de reincidir en la misma conducta. La condena se venía a fundamentar, de este modo, en un “tratamiento” que permitiera eliminar la reincidencia del delincuente.

Mientras tanto, las posiciones más conservadoras seguían defendiendo una política criminal propia de la escuela clásica, que establecía la reciprocidad entre el delito y la pena y no era favorable a las propuestas positivistas. Los conceptos de justicia que subyacen a la “defensa social” propugnada por los positivistas son muy distintos a los que sustenta la escuela clásica, que siempre propone un equilibrio entre el delito y la reacción social.

A principios del siglo XX fue muy fuerte la polémica desatada entre los penalistas clásicos y los modernos positivistas, en lo que se conoce como la lucha de escuelas. De esta confrontación ninguna escuela salió vencedora sino que mayoritariamente fue aceptada una postura mixta que recogía aspectos de ambas posiciones. Triunfó como siempre el pragmatismo. Por ejemplo, se establecieron medidas especiales para menores pero unidas a ciertas garantías procesales. Se prescindió en los códigos penales de la época de las propuestas maximalistas del positivismo que en su expresión última tendían a la búsqueda de las causas de la delincuencia “curar” a todos los delincuentes. En cambio, muchos países establecieron leyes y medidas especiales para ciertos grupos de riesgo como los sujetos con trastornos mentales, los delincuentes sexuales, los alcohólicos y los delincuentes juveniles.

Un aspecto que diferencia radicalmente el planteamiento positivista del de la escuela clásica es su fundamentación en una metodología científica. La escuela clásica al enmarcarse en conceptos abstractos, como son la mayoría de los concernientes a la “justicia”, es inaccesible a la comprobabilidad de muchos de sus planteamientos. En cambio los positivistas, al buscar las causas de la delincuencia y proponerse trabajar sobre ellas con el objetivo de eliminar la criminalidad, facilitaron en Criminología por primera vez la labor de comprobar la veracidad de sus hipótesis. Si se sitúa, por ejemplo, la causa de la delincuencia en el fracaso de la educación, a continuación es posible verificar qué resultados se obtienen mediante medidas tendentes a la reeducación de los delincuentes. De este modo, la previa hipótesis explicativa –que el fracaso de la educación sea causa de la delincuencia- puede ser afirmada o refutada sobre la base de resultados empíricos.

Sin embargo, pese al optimismo positivista de los primeros años, las instituciones dedicadas al tratamiento de los delincuentes no obtuvieron los resultados esperados. El programa positivista de las primeras décadas del siglo XX no consiguió reducir la reincidencia en el delito, y tampoco logró establecer programas de predicción y de prevención efectivos. No se pudo afirmar que esta búsqueda de factores y causas hubiera proporcionado el remedio para “curar” a los criminales y evitar su reincidencia. Por ello, al no haberse encontrado las soluciones esperadas al problema de la delincuencia, a largo plazo se produjo una vuelta a las posiciones primarias, a partir de las cuales fueron reformulados los conceptos, en el denominado neoclasicismo. Volvieron a ser importantes las ideas de justicia, de equilibrio entre pena y delito, y el concepto de estado de Derecho.

Importante es hacer notar, que en las sociedades modernas las autoridades a cargo de la persecución criminal, han concentrado su atención en la creación de cárceles de máxima seguridad, en las cuales, se busca quitarles el poder a los internos y que se acepte que son las autoridades penitenciarias las encargadas de mantener el control del recinto penitenciario, lo que a la fecha se califica de utópico.
De igual forma, el castigo dentro de las prisiones se limita al aislamiento total del recluso. Pero con el ataque a las torres gemelas en Nueva York, ya en el presente siglo XXI, se ha puesto entredicho incluso el concepto de cárcel de máxima seguridad, pues la existencia de los prisioneros en Guantánamo se ha demostrado que los prisioneros por terrorismo, pueden y han sido objeto de muchos vejámenes, limitaciones mínimas, de los mínimos derechos inherentes al ser humano, como lo es el derecho de defensa, el estado de inocencia etc. De igual forma, el concepto de invasión a otro Estado, y el no respeto a la soberanía territorial, se ha puesto en tela de duda. Naciones Unidas ha calificado y juzgado, de igual forma, ha autorizado las acciones que nunca se hubiera creído posible en la historia de la humanidad.

Es de reflexionar mucho al respecto del presente tema. No se puede afirmar que el individuo, que ha crecido y se ha desarrollado en un mondo delictivo, no tenga regeneración y que la sociedad deberá desecharlo. Soy de la opinión que la educación y la acción terapéutica juegan un papel muy importante en la reinserción de la persona a una sociedad civilizada.

Se han desarrollado programas sociales en los centros penitenciarios que han grado grandes objetivos, como es el cambio de comportamiento de las personas. En una penitenciaría en los Estados Unidos de Norte América, se le ha dejado bajo su responsabilidad a aquellos individuos calificados de alta peligrosidad social, una mascota, como un perro de hogar. Estos animales han sido recogidos en las calles y se les ha considerado como abandonados por sus dueños. Al recluso se le proporcionan aquellos instrumentos y comida especial para mascotas, para que se encargue del cuidado y protección del animal. Se ha apreciado grandes cambios en el individuo, quienes demostraron que son capaces de experimentar el sentimiento de ternura, amor, cuidado, delicadeza y comprensión en los animales. El programa pretende que los individuos calificados como de alta peligrosidad social, de igual forma, como cualquier otro individuo normal, puede llegar a experimentar esos sentimientos que permiten su reinserción a la sociedad.

Hay programas de trabajo agrícola que ha logrado que las personas logren ocupar su tiempo en forma fructífera y de igual forma, canalizar toda su energía en actividad que son bien vistas por la sociedad.

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